- Pero, por qué nunca me lo dijiste?
-...no sé.
Sus palabras fluían como un hilillo de agua seca, sus ojos amarillentos por la medicación, inflados de insomnes venas rojas, casi opacos pero que por un instante destellearon con un brillo, casi juvenil, tan inusual ya que parecían salir de otros ojos.
Durante unos instantes se miraron fijamente, con un movimiento casi inapreciable intentaba incorporarse en la cama, ella le ayudó y él le hizo un gesto para que se acercara.
Su hija pálida y sorprendida se acercó palpando nerviosa la sábana azul. Pese a todo lo que su padre había sufrido aquellos meses de enfermedad, desauciado, consumiéndose poco a poco hasta ser una especie de papel de carbón con la sombra del hombre que fue; a pesar de todo ese sufrimiento seguía oliendo igual.
Ese olor que a ella le traía recuerdos de su niñez, que ahora parecía sólo un espejismo, recuerdos que deambulaban allá a lo lejos perdidos en los caminos de la memoria.
-Papaaaa...- Le susurró al oído tiernamente mientras aspiraba aquel olor de su pelo, cerrando los ojos herméticamente como queriendo no dejar escapar aquel instante.
-Sabes papá, he encontrado tu diario en casa -luchó con la tormenta que tenía dentro para no llorar-, llevo dos días leyéndolo, sin poder parar, sin comprender nada....¿Es cierto lo que ahí dice?
-Todo es cierto.
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